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sábado, 17 de marzo de 2007
HOGARES Y GUERRAS
Por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste
Publicado en ABCD las Artes y las Letras - Número 789
Un día cualquiera, el padre de una familia de clase media estadounidense encuentra casualmente en su jardín una puerta que oculta un túnel subterráneo. Desciende por él y descubre que conduce a un refugio antinuclear construido a finales de los años cincuenta pero que, lejos de ser un cobijo austero, es un salón decorado con modernos muebles de la época donde disfrutar confortable y elegantemente de música lounge y martinis bajo el retrato de John Kennedy que preside la estancia. Sin dudarlo un segundo, el hombre toma posesión de ese paradójico refugio glamoroso. La secuencia pertenece a un episodio de la serie televisiva ‘Malcom in the Middle’: semejante hallazgo resulta hilarante para el espectador. Pero la ocurrencia delirante del guionista tiene su fuente en un proceso que forma parte de la historia de la arquitectura del siglo XX: el establecimiento de un ideal del espacio doméstico que se desarrolló en Estados Unidos durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial y su vínculo con la guerra fría.
Cuando Richard Hamilton presentó en 1956 su cuadro ¿Qué hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos? estaba reflejando la fascinación que una Gran Bretaña –y por extensión, Europa- empobrecida y deprimida sentía ante la prosperidad hedonista y consumista de Estados Unidos, una idea que era comunicada precisamente a través de imágenes del bienestar doméstico brindado por la forma de vida americana. La construcción y dialéctica de las imágenes de estereotipo de felicidad hogareña vinculada a la arquitectura moderna es el tema de análisis de Beatriz Colomina en Domesticity at War (ACTAR, 2007), un ensayo en el que analiza cómo la cultura arquitectónica, la militar y la popular se entretejieron estrechamente a partir de 1949, año en que comenzó un desarrollo experimental del lenguaje moderno en Estados Unidos que atrajo la atención internacional y que llevó a Philip Johnson a proclamar sin pudor en 1955:”la arquitectura en este país es actualmente la mejor del mundo” , una afirmación en la que implícitamente se enfatizaba su hegemonía como potencia mundial. Colomina plantea la influencia subconsciente que la idea de la guerra y la conciencia de vencedores de los Estados Unidos tuvieron sobre la actitud y planteamientos desarrollados por sus arquitectos. De la adaptación que Ray y Charles Eames hicieron para tiempos de paz de prototipos que diseñaron con fines bélicos al inequívoco espíritu que subyace en la frase de Johnson de 1952: “la batalla de la arquitectura moderna ha sido ganada”.
“Era la arquitectura agresivamente feliz que surgió de la guerra, una guerra que se prolongaba en forma de guerra fría.- escribe Colomina.- La nueva forma de domesticidad resultó ser un arma muy poderosa. Imágenes del encanto doméstico magistralmente diseñadas se difundieron por todo el mundo como parte de una campaña de propaganda cuidadosamente orquestada”. Las ansiedades de una sociedad paranoica, sometida al miedo a una inminente guerra nuclear se camuflaron tras infinitas imágenes de individuos de sonrisas perennes, ejerciendo obsesivamente un control absoluto sobre todos los detalles domésticos en los que hallar esa felicidad y armonía artificial que les inmunizaba ideológicamente. Se podría llegar a sospechar que en ese espíritu de belicosidad subliminal se urdió una especie de “conspiración” para imponer finalmente sobre la sociedad el lenguaje moderno en la que se involucraron revistas especializadas y de interés general, instituciones como el MoMA fomentando exposiciones sobre la casa de vanguardia, las celebridades arquitectónicas del momento (muchas de ellas exiliados de Europa como Gropius, Breuer, Neutra, Mies van der Rohe…) abandonaban su severa pose prebélica y se retrataban como nuevos epicúreos en sus modernos hogares.
Sin embargo, tal y como plantea el estudio de Colomina, la difusión y aceptación del lenguaje moderno debe comprenderse como un reflejo de las profundas transformaciones en las estructuras sociales y culturales internacionales, consecuencia del impacto causado por la sucesión de dos guerras. Y no sólo esto, sino también como el momento de germinación de un nuevo estado psicológico del mundo frente a un transformado modo de conflicto que posiblemente haya encontrado su culminación en los recientes ataques terroristas, pero que se define ante todo por la latencia de la amenaza y en el que el que cada hogar ha devenido un fragmento del campo de batalla. Las rutinas de la vida doméstica a lo largo del siglo XX se han acoplado inconscientemente a las contingencias derivadas de los conflictos y, en cada momento, el prototipo de vivienda ideal ha sido desarrollada por los arquitectos y diseñadores en base a las necesidades que ésta debía satisfacer frente a los enemigos: en los cincuenta, una casa que protegiera de la amenaza nuclear; a partir de las crisis energéticas y ecológicas iniciadas en la década de los ochenta, una casa capaz de ahorrar y auto-abastecerse. La guerra ha continuado y la arquitectura y el diseño han seguido su evolución con ella. Lo doméstico seguirá siendo el laboratorio donde se concebirán nuevas actitudes hacia el espacio y nuevas formas de construcción. “Construimos defensivamente”, afirma Colomina.
La gestación de Domesticity at War comenzó ante las emisión de las imágenes televisivas de la Guerra del Golfo en 1991 y terminó de concretarse tras el 11-S, momento en que dio comienzo un nuevo periodo de tensión cuya intensidad sería comparable a la de la Guerra Fría. Las imágenes emitidas por la televisión, la información recibida en el ordenador doméstico a través de Internet hacen penetrar la latencia de los conflictos en el interior de nuestras viviendas disolviendo los límites entre el aquí y allá. Posiblemente los tiempos de la Posguerra y la Guerra Fría estuvieron marcados por las certezas de un enemigo localizado y concreto y la euforia de una nación que salió victoriosa de la Segunda Guerra Mundial sin sufrir ataques en su territorio. Este espíritu optimista contrasta con el de la época actual, en el que la sociedad vive sumida en una tensión paranoica pero carente de aquel espíritu visionario e ingenuo que diseñó la reconfiguración de los modos de vida y los hábitos de consumo en los Estados Unidos, provocando la transformación profunda de la cultura occidental y cuyo concepto paulatinamente se extendió por todo el mundo. El tiempo de aquel utópico futuro soñado es hoy, aunque la sociedad actual se enfrenta a su propia guerra contra un enemigo incierto habiendo perdido el triunfalismo, la inocencia y la capacidad de idealizar.
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