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sábado, 13 de octubre de 2007

¡FRANK GEHRY, ERES UN GENIO

Por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste
Publicado en ABCD las Artes y las Letras - número: 819

¡Frank Gehry, eres un genio!, exclamaba el propio Gehry ante el volumen formado por una hoja de papel arrugado que, en un arrebato de mal genio provocado por la solicitud de Marge Simpson para que acudiera a Springfield a construir un edificio, había arrojado airadamente al suelo. Gehry presentaba orgullosamente ese volumen como su nuevo gran proyecto, el cual, una vez construido, sobrevivía brevemente como gran auditorio enaltecedor de la vida cultural springfieldiana, para acabar acogiendo espectáculos baratos de variedades y logrando sobrevivir al derribo transformándose en cárcel.

Frank Gehry es la única celebridad arquitectónica capaz de dar el paso irónico de parodiarse como «el arquitecto más importante del mundo» para servir a un argumento que, satirizándola, confirma la situación de la arquitectura como actor de la sociedad del espectáculo. No es una licencia de la ficción el representarlo eufórico llamándose genio a sí mismo. Entrevistándole en las oficinas del Museo, faltando pocos meses para su inauguración en octubre de 1997, resultaba evidente que Frank Gehry era consciente de que el Guggenheim Bilbao le había encumbrado. Sintetizó cualquier explicación sobre aquel edificio suyo, aún en obras, en una sola expresión: «¡Oh, es espectacular!». Se congratulaba de haber sido capaz de concebir un edificio único, que el mundo observaba expectante denostándolo y ensalzándolo con el mismo apasionamiento.

Dinamismo exaltado. El encargo que recibió de Thomas Krens (entonces director del Museo Guggenheim de Nueva York) consistía en crear un edificio «provocativo» y explicaba orgulloso cómo él era quien mejor sabía qué tipo de espacios requieren sus obras. «He pasado mi vida con artistas y ellos no quieren un edificio neutro para su arte. Quieren un espacio que sea potente», aseguraba. Gehry es el creador de un vocabulario arquitectónico propio y único que ya evidenciaba una fuerte definición desde sus obras más tempranas: una tensión es el elemento unificador de sus edificios desafiando las convenciones de la arquitectura tradicional, con sus geometrías fracturadas, a la búsqueda de un dinamismo exaltado, operando desde una específica sensibilidad hacia la cualidad bruta de los materiales.

El sentimiento de la obra de Gehry trascendía desde sus comienzos los esquemas de la postmodernidad o cualquier intento de formular un postulado social o ideológico. Creciendo desde la pequeña a la gran escala, su arquitectura era una reacción visceral del desorden e incertidumbre del espíritu contemporáneo y una afirmación de la necesidad de la libertad individual y del reconocimiento de la complejidad del pluralismo como esencias del presente.

El Guggenheim Bilbao es, sin ningún género de dudas, la obra arquitectónica más trascendente y revolucionaria de los últimos diez años, y no sólo por su complejidad formal. La sinergia del «efecto Guggenheim» generó una nueva percepción del poder de la arquitectura como artefacto estratégico para constituir expresión global de prestigio y poder, no sólo para los comitentes sino para el propio arquitecto. Pero allí, en el territorio de la idolatría al nombre del arquitecto, el colosal Frank Gehry se ha erigido como el puente que ha unido la cultura arquitectónica y la cultura popular en la era del espectáculo mediático y globalizado.

En ese territorio, Gehry ha planteado la conversión del arquitecto en un híbrido entre creador, negociador y figura mediática, y evidenció, desde la reivindicación desacomplejada de esa nueva catedral como un producto de marketing, que la buena arquitectura no se opone ni se debilita ante la respuesta al hecho popular.

Demanda compulsiva. Sería engañoso no obstante no reconocer que las formas de esa masiva estructura de titanio generaron una demanda compulsiva en el mercado que supo usar en su propio provecho, explotando su nombre, el estilo de sus formas y el concepto de su producto arquitectónico hasta aprisionarse voluntariamente durante años en una auto-referenciación que parecía inagotable y de difícil salida.

Era difícil imaginar qué iba a ocurrir después de aquel edificio. «No sé hacia dónde irá mi arquitectura una vez que haya acabado esto», respondió al final de aquella entrevista realizada mientras el interior del edificio continuaba frenéticamente en obras. Juan Ignacio Vidarte, el director del Guggenheim Bilbao, relata en Apuntes de Frank Gehry, el documental que dirigió Sydney Pollack (2005), que nadie concebiría Bilbao hoy en día sin el edificio del Guggenheim, del mismo modo que sería inconcebible pensar la arquitectura contemporánea sin él. Tal vez, si existiera un calendario de las edades arquitectónicas, estaríamos en el año 10 de la Era Guggenheim.

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