Por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste
Publicado en ABCD las Artes y las Letras - Número 807
Fundamentalmente planificadas para acoger el ocio infantil, las zonas de esparcimiento público son posiblemente de las menos estudiadas en el momento de ser diseñadas. Su planificación tiende a la acumulación de elementos mobiliarios totalmente estereotipados o caprichosamente ultradiseñados que ofrecen mínimas posibilidades de improvisación para el juego y la interacción social, tanto para niños como para adultos, con una idea vaga de sus necesidades y deseos. Espacios conceptualmente abordados y resueltos de modo excesivamente elemental, pese a la relevancia que los discursos cívicos quieren otorgarles. Y, sin embargo, se trata de espacios que intrínsecamente poseen un enorme potencial para constituirse como pequeñas ágoras desde las que consolidar la idea de comunidad que paulatinamente desaparece del sentimiento urbanita contemporáneo. Sobre este factor tratan de llamar la atención la historiadora Liane Lefaivre y el equipo de arquitectos dirigido por Henk Döll (www.dollab.nl) a través del proyecto de investigación The World is my Playground -recogido en el libro Ground-Up City. Play as a Design Tool (www.010publishers.com)- que ha implicado el planteamiento de un modelo teórico y su aplicación en diferentes zonas del tejido de varias capitales holandesas.
En continuo diálogo. Su investigación reivindica la necesidad de recuperar un significado amplio para el concepto del juego a la hora de crear este tipo de ámbitos urbanos: que el arquitecto lleve a cabo su trabajo desde la disposición con la que se practica el juego y que sus usuarios hallen en estos ámbitos un espacio que les permita una experiencia lúdica e imaginativa con su entorno. «El juego representa la libertad mental, y una oportunidad para desviarse de las reglas. El lugar de juego tiene asimismo significado como margen físico que permite el movimiento entre los diferentes componentes de una construcción o de una máquina», plantea Lefaivre desde una perspectiva que enfatiza la importancia crucial de las zonas de recreo como parte del engranaje social de la ciudad. Destacando las reflexiones de artistas actuales cuyo trabajo ha explorado la vertiente lúdica del espacio urbano, libres del complejo de seriedad que sufre la arquitectura, constatando los diferentes modos de apropiación libre de éste como campo de diversión por parte de los ciudadanos y reinterpretando las infraestructuras urbanísticas y arquitectónicas disponibles, Lefaivre argumenta la necesidad de repensar sobre cómo y para qué crear esos entornos de expansión para el homo ludens contemporáneo.
Enfatizar los atributos pedagógicos, terapéuticos y civilizadores atribuidos al hecho de jugar por pensadores como Schiller, Gross, Freud o Huizinga (y que simbólicamente eran ya tema de numerosas obras costumbristas en la pintura holandesa del siglo XVII); y recuperar el respeto al poder subversivo y liberador del juego sostenido por los dadaístas, que debe alejarse ideológicamente de las fantasías ingenuas y tecnocráticas con que Le Corbusier, Mumford, Kahn o Noguchi idealizaron en los años inmediatos al fin de la Segunda Guerra Mundial el concepto de las áreas lúdicas urbanas como ejes para el renacimiento de una sociedad armónica. Es lo que plantean Lefaivre y Döll. Ellos retoman la conciencia de arquitectos como Jane Jacobs y los Smithsons, que discreparon de esas concepciones sofisticadas y utópicas de las zonas de recreo, centrando su interés en preservar los espacios instersticiales urbanos de pequeña escala como medio para mantener a la comunidad.
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