Por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste
Publicado en ABCD las Artes y las Letras - Número 803
Bajo el título Vacíos urbanos dio comienzo el pasado 31 de mayo la Trienal de Arquitectura de Lisboa, que se clausurará el próximo 31 de julio: un evento que ha sido planteado con la intención de que la ciudad y, por extensión, el país -uno de los referentes actuales más consolidados de desarrollo arquitectónico y de diseño- establezcan un foro internacional donde analizar y debatir acerca del estado actual de la arquitectura a través de una serie de exposiciones y conferencias. Su realización coincide con la Presidencia de la Unión Europea, que Portugal asume durante el segundo semestre de este año.
El tema principal del encuentro resulta tan interesante como ambiguo. Así queda, de hecho, planteado en el documento oficial de presentación del evento, donde los «espacios vacíos» son definidos como «lugares expectantes, a menudo abandonados, más o menos delimitados en el corazón de la ciudad tradicional y más o menos imprecisos en los límites difusos de la periferia. Son puntos de ?no ciudad?, lugares ausentes, ignorados o que ya no se usan, extraterrestres o supervivientes de algún plan urbano estructurante». Aun admitiendo las reflexiones al hilo de las metáforas inspiradas por esta concepción, la pregunta acerca de qué hacer con las periferias en un mundo en que la migración descontrolada hacia las ciudades produce sitios caóticos, complejos y muchas veces inhabitables merece un debate amplio, abordado sin maniqueísmos ni artificios, para trazar soluciones reales a problemas auténticos y acuciantes.
Desafortunadamente, como está sucediendo en la mayoría de estos encuentros, predomina el lado ambiguo, ofreciéndose en síntesis una aproximación reduccionista e inconcreta al concepto; y, cuando no, se gira la mirada hacia otras cuestiones para evitar asumir la urgencia del tema, eludiendo así dialogar sobre temas que requieren una densidad y un compromiso que normalmente implica a más actores que aquéllos meramente involucrados en el hecho arquitectónico.
La crisis cristaliza. Pese a las evidentes buenas intenciones de sus responsables, esta Trienal se transforma en un observatorio donde constatar la crisis de ideas y visiones críticas en la arquitectura actual. La debilidad de sus contenidos es exponente del estado general en que ésta se halla. Se constata que los arquitectos tienden a sentirse más seducidos por las grandes empresas, que les proporcionan un rédito mediático, que por comprometerse rigurosamente con la investigación y la reflexión. A través de miradas lanzadas desde la distancia de la posición académica o del estatus de celebridad -alejadas, por lo tanto del mundo real- se presentan puntos de vista superficiales y artificiales acerca de las cuestiones urbanas, incurriendo en posturas cínicas e inútiles. A título de ejemplos: la intervención de Mark Wigley, producida en los laboratorios académicos de la universidad de Columbia, fue la escenificación de un experto ejercicio de retórica.
Y luego lo mío. Por su parte, la disertación del portugués Pedro Gadanho se inició con una puesta en crisis de la crítica arquitectónica actual, para continuar con un recorrido exaltador de su propia producción, exponiéndola desde su dimensión visual y material (la publicación como objeto que por sí mismo debe considerarse avalador de prestigio), pero sin ahondar en las estructuras de su postura intelectual.
El programa inaugural de conferencias dejó vislumbrar otra situación paradigmática: la polución del pensamiento que ha causado la figura de Rem Koolhaas. Esto se hizo patente en las respectivas presentaciones de los dos ponentes más jóvenes: Fernando Romero, del estudio mexicano LAR, y el danés Bjarke Ingels (BIG Architects), arquitectos que, aunque procedentes de dos realidades geográficas opuestas, se encuentran emparentados por compartir una misma concepción homogeneizadora -en un sentido negativo- del mundo globalizado. Comprenden el hecho global desde un punto de vista elitista y desde una posición de prepotencia, sin comprender que no pueden transformarse en observadores privilegiados, sino que hacer arquitectura requiere de un compromiso con lo social.
El arquitecto no puede posicionarse distante y ciego respecto a la inmediata realidad circundante, sino que debe comprometerse en entenderla, en diálogo con su vocación de mantener una postura universalista. Con una producción feísta, donde se confunde la creación de formas tecno-orgánicas -que sólo persiguen la espectacularidad visual- con la necesidad de analizar y desarrollar conceptos arquitectónicos para un mundo en cuya redefinición juega un papel crucial el uso de la tecnología digital.
Vender humo. Así, convierten en modelos academicistas un trabajo presuntamente vanguardista realizado con tecnología digital, enmascarando con imagen sus carencias de conocimiento y anulando cualquier reflexión. Crean una supuesta nueva visión completamente ahistoricista y arreferencial, que no surge por una determinación ideológica, sino por desconocimiento y la mera imitación de tendencias en boga, proponiendo humo: humo en el que peligrosa y ciegamente creen.
Como otra forma de estas actitudes de efectismo, la Trienal cuenta con espacios performativos, que intentan seducir a través de montajes e instalaciones pseudo-avanzadas, tal como la presentada por Zaha Hadid Architects, carente de todo interés y sin el menor punto de conexión con el evento general, logrando que el reclamo de su nombre haya hecho que otras propuestas de mayor intensidad e interés pasen desapercibidas.
A la falta de actualización de los arquitectos de generaciones más adultas y la arrogancia de los jóvenes, solamente se puede contraponer la figura de arquitectos trascendentales que trabajan la arquitectura desde la esencia, como Eduardo Souto de Moura, Luis Mansilla y Emilio Tuñón. Estos arquitectos han hecho patente con su participación en esta Trienal que siguen trabajando las poéticas arquitectónicas de una manera totalmente contemporánea, hundiendo sus raíces en los fundamentos de su quehacer para producir arquitectura de imaginación y sensibilidad, imbuida de voluntad de presente.
El catálogo de la Trienal es la pieza clave para desentrañar los auténticos objetivos con que se concibió este evento. Su clara diagramación, la selección de textos informativos y críticos así como los buenos criterios de ilustración de los proyectos y actividades del encuentro son los factores que lo transforman en una buena publicación de referencia sobre el momento actual de la arquitectura en el que se hace evidente la necesidad de reconocer su trascendencia. Reconocemos pues la pertinencia de este catálogo como soporte organizador y clarificador ante un escenario donde han predominado formatos obsoletos de presentaciones y debates en los que no se detecta una capacidad o intención de apelar a una profundización o innovación. El sustrato de los contenidos continúa permaneciendo estático y actualizar esto debe llevarse a cabo reafirmando el pensamiento y experimentando con él, pero sin actuar en detrimento de la profundidad de las ideas.
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